martes, enero 06, 2009

Por ahí va.

Con calma y al pasito va, retrocediendo un paso hacia adelante.

En aquel lugar, en donde nacen las nubes y de pronto surgen árboles, nos encontramos, debajo de un árbol en una banquita chueca. Después de ciento ventidos pasos en un silencio lleno de música que brota de la selva, esa su música muy otra, ahí escuchamos nuestra palabra, después de haber escuchado nuestra huella y haber pasado un rato viendo entre las estrellas a la estrella caracol, aquella que es como una estrella fugaz pero que iba como despacito y danzando hasta desaparecer. Ahí dejamos nuestra palabra, nuestro corazón. Ahí pues, nos escuchamos como pocas veces se hace en estos tiempos, a pesar de todo, a pesar del ruido interno que te invita a cambiar de tema. Observamos hacia el norte y hacia el sur y de los dos puntos cardinales, los árboles se recargan en otro si se cansan y el otro lo ayuda. -La lucha pues, pa emparejar este terreno tan desigual y caber todos- decía él. ¿A poco en la ciudad se puede comer dinero? ¿A caso se puede sacar comida de las calles y los patios de las ciudades? ¿A poco merecen lo que tienen por que han trabajado mucho pa obtenerlo? Que al cabo y si, ya que los de acá, los de abajo no son mas que pinches indios que valen menos que un pollo- dicen ellos, los mandones.

Ese frío, esos grillos, esa banca y esa tierra podrían habernos invitado a cambiarnos de sitio, o bien podían invitarnos a quedar mas rato, según su modo, según su humor. En ese caso nos invitó a quedar. -Diles que si llegó el mensaje-, decía él, aunque el mensaje se tomó de otro modo, útil pero otro. Ahora ya se puede mandar mensajito a través del caracol, como antes, soplándole y convocando al colectivo, ahí pues llegará ese mensaje directamente a los hombres de maíz y quedará pa que lo consulten, lo discutan y lo siembren, y así pues ese mensaje tendrá ese su frutito.

Nos cambió el tema, y nos dijo que disfrutáramos de la vida y sus pequeñas cosas, que desde dentro de nuestro corazón, o bien nuestro caracol esta nuestra música y que es muy nuestra, muy otra. Nos dio imagen viva en sus profundos ojos que enrojecieron de tristeza y coraje ante la falta de los que fueron cercanos y se perdieron tras la niebla por querer subir a lo alto del monte. Como haber perdido a un hermano, como si se los hubiera llevado el mandinga, se ve que les quería, que les quiere.

Ya en la ciudad, pasó lo que pasa con los hombres de maíz. Una vez que los corazones buenos se reconocen y se saludan, es difícil separarlos, y nos acompañaba y le acompañábamos lo más que podíamos y hasta donde se podía, escuchándonos y aprendiéndonos los modos.

Así pues siguió paso a pasito... con calma y al pasito.

Mi vista no fue ni será suficiente para ver hasta donde llegará aquel hombre tan igual a nosotros y al mismo tiempo tan otro... el caminante.