domingo, septiembre 19, 2010

La sabiduría del bastón

Armando entró a paso lento por los portales de aquel restaurante. Llegó halagando el lugar, lo bonito que estaba, lo fresco de la terraza y la belleza de la antigua decoración. Este diseño era intencional para quién entrara no se sintiera que visitaba un lugar plástico o modernista, sino acogedor y nostálgico. Armando llegó pidiendo un lugar para fumar, comentando que sería quizá él la última persona obsoleta en este mundo que fumara, ya que la moda actual era "No fumar".

Siguió con su conversación.

A esa edad parecía que fuese un escritor, alguien que con sus vivencias y firme presencia en el mundo era dueño de cientos de novelas.

El viejo pidido sólo un café con un aperitivo. En la espera cayó una hoja de la maceta que adornaba su mesa y al regresar con la órden, el mesero impecablemente la retiró.

"Ninguna hoja cae al suelo sin la voluntad de Dios," dijo el mesero.

"Somos temporalidades, hijo," el viejo respondió. "Simples temporalidades. Tenemos que caminar alegremente - o como sea en este chingado mundo - agradeciendo cada paso... uno nunca sabe que nos pasará mañana."

El mesero comenzó el rito final de la noche, cerrando puertas, recogiendo los platos sucios y embolsándose las últimas propinas. Era un gélido Domingo donde todo mundo quiere irse a casa para refugiarse en un lejano televisor. El viejo presintió que el muchacho apresuró el fin de la jornada con la intención de echarlo, cerrando el local con esa singular premura de un enamorado ansioso de llegar a su primera cita.

"No se preocupe, jóven," dijo Armando. "Nomás me acabo mi cafecito, que por cierto está de campeonato, y me voy."

"Al contrario, señor. Mi intención es que la velada corra por mi cuenta - si usted me lo permite, por supuesto."

"Sería un honor. Aunque la única condición que te pongo es que me tuteés."

Entusiasmado, el mesero preparó más café. La luz pereció lo suficiente para darles la oportunidad de disimular los gestos y acentuar el diálogo. El viejo escuchó como un niño al cuento antes de dormir. Entre café, cigarrillos y risas compartieron el entusiasmo por la entrega al amor de una mujer; un amor que parecía distante, pero muy cercano por la proximidad del dolor. El muchacho observaba como viejo y el viejo disfrutaba como muchacho. Hicieron culto a la irresponsabilidad y honor a las ideas trascendentales. Espasmados de tanta risa, pudieron ocultar sus lágrimas, además de traer al recuerdo similares veladas de otros tiempos.

Ese día, las flores secas de la terraza recordaban a Armando la pérdida de su amada, el jardín donde tomar café cada tarde podría significar el resto de sus días, la compañía del perro, único hijo que entendió que la libertad no era independizarse de la casa que lo vió crecer. Sin embargo, cuarenta y cinco años de complicidad no fueron suficientes para que su esposa impulsivamente confabulara planes de vida sin incluir al viejo. De esa forma, el viejo decidió vivir viajando, sufrir disfrutando, compartir entre tertulias para olvidar sus dolores como hacen los hombres verdaderos. Así fue que conoció al mesero de restaurante, éste que a su vez padecería, como por contagio, un abandono similar cuarenta y cinco años más corto que el de Armando, pero con la misma intensidad.

La hermandad que se formó entre el viejo y el mesero a base de versos, risas y una pequeña tertulia, permanece en cada hoja que cae y en cualquier puñado de flores secas.

En algún pueblo lejano se dice que Armando prosigue lentamente su viaje, al ritmo de la sabiduría de su bastón. Ahora, el mesero es un viajero, quizá no de paso tan lento, pero con oidos tan vivos como los de un viejo.


6 comentarios:

Anónimo dijo...

uf! así mi abuela me decía, cuando viajes, si quieres conocer bien un lugar viaja como los viejos, sin prisa con ojos abiertos y con ganas, pasos lentos y vista borrosa pero enfocando cada detalle. :) Siempre se aprende, ahí vamos de paso y paso a paso. Beso.

quien más. pues yo mera manzana

Anónimo dijo...

me ha encantado... ver con los ojos de vida y entusiasmo cualquier instante que por lamento o descuido puedes darlo por perdido... es una historia tan simple que me llevó a imaginar las vidas paralelas de los personajes, la situacion del viejo lleno de tanto y el joven hábido de todo...
aprendo mucho con cada palabra..
animo y adelante camina y no dejes de andar con cabeza baja, hay tanto por ver, aprender y vivir... eso me deja..
Verito

Anónimo dijo...

otro buen ejemplo de como la vida da vueltas, un viaje que nos llev siempre de vuelta a donde tenemos que estar..

trovanguardia dijo...

Ché Carlitos. Desde hace muchos años no he disfrutado una velada tan amena como la de hoy. Sin duda, la proximidad geográfica nada tiene que ver con la hermandad. Por ahí, algún amigo mutuo aseveró que uno escoge la hermandad. Nosotros no fuimos más que agentes pasivos, ya que ella nos eligió. Tu relato, que es ahora de todos, nos aproxima, después de tiempos y distancias, entre cercanías y dudas. Gracias por escribirlo y permitir que lo compartamos. La gramática está de más (y me gustó colaborar en la remasterización).

Anónimo dijo...

Está muy chido, me gusto toda la historia, me gusto como se fue fue dando, ojalá hubieran terminado bien pedos y que el señor del baston tuviera que cargar al mesero.

Anónimo dijo...

Esa remasterizacion estuvo bien chila!!!! es como ponerle betun a un pastel, el toque sabroso y lindo!! gracias
tu fans chilanga