lunes, octubre 11, 2010

Aramayis

Con polvo en la cara, llegó con el pecho sudado y ensangrentado.
Alcanzó a huir de esos turcos que lo querían cazar como a un animal, corrió vuelto loco hacia su familia para no encontrar a nadie y volver a correr.

Su gente era un puñado de cenizas, todos habían quedado polvo.
No podía entender la malicia de pasar por ahí nomás por joder y matar.

Este pueblo, pensaba el armenio, tiene más años que cualquiera y lo han secado tan rápido como se secan las lágrimas.

Tomó un puñado de cenizas del piso, donde reconoció el fragmento de un vestido que hacía un par de horas antes era su esposa y las guardó en pedazo de pañoleta sucia; esas mismas cenizas antes formaban el cuerpo al que él besaba y acariciaba por las noches mientras le jugaba una bromita bajo las sábanas.

Cerros de muerte era el escenario del agitado escape, amigos, vecinos, familiares, pero no podía dejar de correr, el tributo a los muertos era cada paso.
Ahora sigue a la larga fila de presurosos exiliados hacia un feroz desierto que irónicamente es la única esperanza de vida.

Aramayis, el sobreviviente, no sabe que es lo que más le duele, la vida sin vida, la obligada y forzada conservación de sus tradiciones en terreno ajeno, la negación turca de los hechos, la certeza que este conflicto no iría a terminar jamás o la mundial pérdida de la memoria.

1 comentario:

Dana dijo...

Me has dejado helada. En tan pocas palabras capturas lo mas oscura de la humanidad; es dificil imaginar lo que puede llegar a sentir una persona rodeada de tanta perdida. Mi frase favorita es la que comenta que se seca tan rapido como las lagrimas. Muy bien escrito!